(Después de colgar el post anterior, recordé algo que había escrito hace algún tiempo, y que viene a ser una variación sobre el mismo tema. Lo dejo aquí y prometo hablar de otras cosas… después de algunos días de desconexión.)
Creo que solemos caer en un optimismo ingenuo. Pensamos que el mundo tiene solución. Y no sólo eso, sino que la solución es cada vez mejor: creemos en el progreso. Damos por hecho que nuestro mundo, nuestra sociedad occidental con casas con calefacción central, tres comidas al día y regalos por Navidades va a seguir necesariamente existiendo.
Pero ¿por qué iba a ser así? Nuestra vida social es como la solución a un problema físico: buscamos maximizar una función, o una serie de funciones, para unas condiciones de contorno dadas (recursos naturales, ambiente, otras sociedades…) Algo así como una ecuación diferencial. Y una ecuación diferencial no siempre tiene solución. Puede haber unas condiciones de contorno particulares para la que no exista una función que satisfaga a la ecuación: no hay nada de raro en esto. O puede que el carácter de esa solución cambie muy bruscamente al tocar un poco los parámetros.
Nosotros, sin embargo, cambiamos arbitrariamente las condiciones de contorno (alterando, por ejemplo, el medio natural) y confiamos en que todo va a seguir teniendo la misma solución o una aún mejor. Esta fe ciega no tiene nada de científica. Y por eso es paradójico que tachemos de agoreros y oscurantistas a quienes la rechazan y nos advierten contra esta idea del progreso.